Libro Historia Completo - page 172

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EN POCOS SEGUNDOS…
E
l reloj de la Catedral quedó detenido mar-
cando la hora fatídica: las 20.49. Un brusco
movimiento de abajo hacia arriba, acompa-
ñado de fuertes ruidos, seguido por otro movi-
miento ondulatorio de este a oeste, cambió la vida
de todos los sanjuaninos.
Era la noche del 15 de enero de 1944. Sábado a la
noche de un caluroso día de verano.
La gente se preparaba para salir. En aquellos años
sin televisión, salir el sábado a la noche era casi
una obligación para los habitantes de la ciudad.
El cine era el lugar predilecto de las familias. Las
confiterías trabajaban hasta la madrugada. Las pi-
letas públicas con sus parrillas constituían otra op-
ción. Los acontecimientos familiares generalmente
se reservaban para este día de la semana. Y la
plaza 25 de Mayo, con su constante ir y venir de
gente era siempre un punto de atracción.
Todo cambió en contados segundos. La luz fue
cortada por la mano previsora de Fernando José
Angelini, jefe de máquinas de la Compañía de
Electricidad de los Andes con lo que se pudo evitar
una catástrofe por los incendios que caso contrario
habrían sobrevenido.
A partir de ese momento, la oscuridad y el dolor se
apoderaron que aquella ciudad en ruinas. Incomu-
nicada con el resto del país, ampliamente sobrepa-
sada en sus posibilidades de socorro y con la
angustia a flor de piel, la mayor catástrofe que re-
cuerde la historia argentina tuvo lugar en estas
mismas calles que hoy transitamos.
La gente desesperada buscaba a sus familiares.
Unos rezaban, otros lloraban y los gritos de dolor y
angustia poblaban todos los puntos de la geogra-
fía.
Desde 1894 que San Juan no había sentido los
efectos de un terremoto. Aquel, que se produjo el
27 de octubre a las 16.25 también causó destruc-
ción. Pero no de las proporciones de este, que
tuvo epicentro pocos kilómetros al norte de la Capi-
tal y tuvo una intensidad de 9 en la escala Mercali.
Efectivamente, la destrucción fue desproporcio-
nada y sólo explicable por el material utilizado en
la construcción, fundamentalmente el adobe, y la
falta de respeto a las normas sísmicas.
Toda la noche llovió en forma torrencial. Llegó el
amanecer y con ello una visión más acabada de lo
que había ocurrido.
Frente a la plaza, la Casa de Gobierno que inaugu-
rara Sarmiento en 1894 mostraba sus muñones. Y
lo mismo ocurría con la Legislatura, ubicada en Ri-
vadavia y Gral. Acha. Casi no quedaban iglesias
en pie y la mayor parte de los edificios explicaban
en su lenguaje mudo que algo terrible había pa-
sado.
En cambio, los edificios construidos bajo normas
sísmicas se mostraban erguidos, contrastando con
el paisaje, como la suntuosa Casa España, la Es-
cuela Normal, el cine Cervantes…
Si se salía un poco del centro se observaba que la
destrucción era aún mayor por ser más precarias
las construcciones. Hasta la imponente estación de
trenes General San Martín, orgullo de la línea,
quedó reducida a la planta baja y el estadio del
parque de Mayo había visto desplomarse su vicera
de cemento y sus torres.
N
i siquiera se habían salvado los nichos del
cementerio que mostraban los ataúdes
destruídos y los restos expuestos.
Se supo que una fractura al norte de la ciudad, en
las inmediaciones de La Laja, mostraba su impre-
sionante grieta a los largo de más de 7 kilómetros.
En las montañas se produjeron derrumbes. Los pa-
vimentos estaban abiertos en muchas partes.
La ciudad colonial estaba convertida en una masa
deforme de escombros.
El San Juan colonial acababa de morir en pocos
segundos y la vida había cambiado para todos.
Exactamente cincuenta años pasaron entre 1894 y 1944. Uno y
otro extremo de ese medio siglo están señalados por terremotos.
Entre uno y otro, la vieja aldea se habia convertido en ciudad.
Escenario de revoluciones, decenas de intervenciones y de duras
luchas políticas.
El 15 de enero de 1944 todo terminó. Fué a las 20:49. Duró aproxima-
damente 20 segundos
Un 15 de enero...
Algunos sobrevi-
vientes afirman
que el olor que
había en las ca-
lles era insoporta-
ble. Los
cadáveres co-
menzaron a des-
componerse
antes que los vo-
luntarios pudieran
encontrarlos y se-
pultarlos o cre-
marlos
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