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Juan Carlos Bataller
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pre atendiendo al hecho de que don Leopoldo era el jefe y Ruiz Aguilar,
su seguidor.
Ruiz Aguilar tenía una empatía distinta con la gente: era médico, no
abogado.. Cuenta su familia que mechaba sus días de dirigente de co-
mité con su consultorio, montado en su casa de calle Aberastain.
Política y medicina
Se había recibido de médico cirujano en Córdoba en 1955, De regreso
en San Juan siguió políticamente los pasos de su padre, José Pedro Ruiz,
fiel seguidor cantonista.
La medicina y la política le depararon una carrera en continuo ascenso.
Fue secretario técnico y subdirector del Hospital Rawson en los ‘60, pre-
sidente del Colegio Médico a fines de los ‘70 y jefe del Servicio de Ur-
gencia del Rawson en los ‘80.
En la política comenzó su carrera como diputado provincial en los ‘60,
y en los’80 se potenció como dirigente: llegó a vicepresidente segundo
del Partido Bloquista (1980), intendente de la Capital (designado por el
gobierno de facto del ‘81 al ‘83, con Bravo como gobernador) y luego
vinieron la vicegobernación y la gobernación.
Llegó a la gobernación en 1985, tras la renuncia del doctor Leopoldo
Bravo luego del traspié electoral bloquista en los comicios para diputado
nacional. Asumió entonces este “médico de hospital”, como reivindi-
caba orgullosamente, de voz grave y hablar pausado.
Los hábitos de Ruiz Aguilar fueron diferentes a los de todos los man-
datarios que alguna vez ocuparon el sillón de Sarmiento. En primer
lugar, sus horarios eran distintos.
“Nunca me duermo antes de la 4 de
la mañana”,
aseguraba.
Su jornada comenzaba a las 10,30 y se prolongaba hasta las 4 de la tarde.
Tras la infaltable siesta, volvía a la Casa de Gobierno a las 20 y –si no
tenía algún compromiso político- dejaba su despacho alrededor de las
2 de la mañana.
Inmediatamente llegado a su oficina, los mozos de la gobernación sa-
bían que debían traerle su “desayuno” cotidiano: un café, un vaso de
leche fría, una Bayaspirina y un vaso de agua. Tras esa ceremonia, en-
cendía el primer cigarrillo. Ruiz Aguilar era un fumador empedernido.
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