Juan Carlos Bataller
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Anécdotas de la política sanjuanina
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escribía Sarmiento a Mitre, poco antes de asumir.
—He hecho treinta años un papel contra natura, escribien-
do, hablando, sin poder obrar, en medio de las resistencias.
Tengo por fin la acción, en pequeño es verdad, pero la
acción y en tres años de gobierno les mostraré los puños
que Dios me ha dado—,
escribía a su amigo José Posse.
Y optimista sobre el futuro minero de la provincia afirmaba
que las minas de plata de San Juan eran capaces de transfor-
mar la economía de la república.
—Presidir a esta revolución industrial, dirigirla en sus pri-
meros pasos, sanar las heridas de San Juan, es gloria más
sabrosa que ir de vicepresidente o ministro a disputar y
pronunciar discursos.
En el corto lapso que gobernó, creó escuelas, fundó villas,
ensanchó e iluminó calles, alentó la minería...
Lógicamente, para alentar el cambio hacía falta dinero.
Y para que el Estado tuviera dinero era necesario cobrar
los impuestos.
Esto bastó para que Sarmiento se fuera quedando solo.
—Ya estamos empachados de progreso—,
sostenía la oposi-
ción en sus discursos.
Hubo tumultos,
manifestaciones y hasta renuncias de emplea-
dos de la administración pública.
Los mismos sanjuaninos que lo recibieron como el hombre
que los sacaría del atraso, ahora lo tildaban de loco.
Extrañamente —o no— los cabecillas eran los que siempre
vivieron del presupuesto estatal.
—Hoy me encuentro sin un centavo en las cajas provincia-
les, con urgencias que me he creado deseando hacer del
gobierno un elemento de progreso—,
contaba el gobernador
Sarmiento al presidente Mitre.
—Usted debió contentarse con hacer un gobierno
modesto—,
le contestó Mitre.
—Esta provincia, señor, está quebrada y no tiene más por-
venir que las minas que a Dios gracias son buenas. Tengo
mucho temor que el señor Sarmiento no concluya su perío-
do. Este hombre está triste.
Quiso realizar un pequeño
gobierno de Buenos Aires en una provincia y, naturalmen-
te, esto no se puede conseguir. De manera que los sufri-
mientos domésticos lo han agobiado y refluyen en las cosas
del gobierno.
O más bien, hablando en plata, Sarmiento es
un magnífico tribuno, un publicista de primera clase...
pero inconveniente para gobernar. Creo que usted le haría
un inmenso servicio enviándolo en alguna misión al extran-
jero...
La carta con estos conceptos fue enviada por el observador
presidencial Régulo Martínez el 9 de octubre.
Recibida por el presidente Mitre, éste buscó una salida airosa
para el sanjuanino y lo designó ministro plenipotenciario en
los Estados Unidos.
Pocos días después, sin que el pueblo lo saludara como ocurrió
a su llegada dos años antes, Sarmiento emprendía a lomo de
mula un nuevo viaje a Chile,
en el mayor de los silencios y
las soledades.