HISTORIAS CONTADAS CON DOS DEDOS - JUAN CARLOS BATALLER

Juan Carlos Bataller 96 levisiva de la Rizzoli, quien en una entrevista afirmo llorando: “Yo no necesitaba de la P-2 para hacer carrera. Pero me inscribí. ¿Por qué? Porque soy un cretino”. ● ● ● Hay un elemento que debe tenerse en cuenta: los italianos siempre tu- vieron vocación por las sociedades secretas. Una prueba de ello lo cons- tituyen la mafia siciliana, la camorra napolitana, la `ndrangheta calabresa, que controlan buena parte de la economía del país y gozan de probada complacencia en importantes estamentos del país. Pero la P-2 no era una organización para delinquir, aunque Gelli y unos pocos más –la ínfima minoría de sus miembros– pudiera haber obtenido ga- nancias en negocios no claros. Eugenio Scalfari, director del diario romano «La Repubblica», intento alguna vez una explicación a todo esto: «El moralismo no está de moda en las sociedades industriales opulentas. Allí donde el estado interviene regulando la acumulación de la riqueza y su distribución y allí donde la riqueza es grande, una dosis de corrupción es inevitable. Tratar de perseguir y destruir cualquier brote en ese sentido seria como luchar junto al monje de Savonarola contra el desarrollo de la Florencia de los Medicis. En el caso de la P-2 no se trata y no se trató nunca de mora- lismo. Se trata más bien de un proceso de mutación de la estructura de poder» ● ● ● Esa mutación tenía la forma de una maquinaria que utilizaba informa- ción para conseguir favores que permitían a sus mentores concretar grandes negociados e influir cada vez más en el país. Una maquinaria apta para chantajes, la presión a través de cierta prensa o la utilización de canales financieros. En Italia las estructuras básicas de la solidaridad social son la familia y el partido político. Así como en la India son la fa- milia y la casta y en los Estados Unidos el grupo étnico y el club. En Italia, en todas las decisiones económicas, profesionales, en la asig- nación de puestos y cargos, prevalece siempre el criterio político, de par- tido o de corriente. Es en el ámbito de los partidos y de las corrientes que se deciden no sólo quién debe ser primer ministro, secretario o pre-

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