HISTORIAS CONTADAS CON DOS DEDOS - JUAN CARLOS BATALLER
Historias contadas con 2 dedos 95 natal estaba en boca de todos. Se había transformado en un personaje de leyenda que los diarios alimentaban haciendo resaltar sus caracte- rísticas hasta el ridículo. Pero quedaba en pie una duda: para algunos, Gelli era un habilísimo titiritero. Para otros, simplemente una mario- neta, que supo tejer pacientemente una tela de araña proyectada por otros que aún permanecían en las sombras. ● ● ● Lo concreto era que el hombre que de martes a viernes atendía a los más encumbrados personajes de la vida italiana en su suite del señorial Hotel Excelsior, en la famosa Via Veneto, de Roma, movía hilos de los que pendían servicios secretos, ministros, parlamentarios, jueces, finan- cistas, directores de diarios. En una palabra, había construido un «poder invisible», un estado dentro del estado, con ramificaciones insospecha- das. Un poder en el que sólo él conocía a todos sus súbditos pero en el que éstos no se conocían entre sí y, en la inmensa mayoría de los casos, sólo creían que integraban una «hermandad» en la que todos daban y recibían ayuda para hacer carrera más rápidamente, para aumentar sus poderes, para incrementar sus patrimonios, para sentirse, en definitiva, defendidos en una sociedad caracterizada por la crueldad y los egoís- mos y en la que todo el mundo intentaba sacar provecho. Pero Gelli, evidentemente, sabía cuál era su juego. Sabía perfectamente que si ayu- daba a alguien a escalar posiciones en su órbita de acción, luego reco- gería beneficios y mayor poder. ● ● ● Naturalmente, en el juego había ganadores y perdedores. Y el principal perdedor era la democracia italiana. ¿Cómo esa democracia, que llena de orgullo a los italianos, pudo permitir la gestación de tan inmensa máquina de poder? Una explicación atendible es la de Carlo Rognoni, director del semanario Panorama: “esa lista de 962 masones no estaba formada solo de granujas (pocos) o de golpistas (aún menos). en su mayoría estaba integrada por débiles, ambiciosos, hasta ingenuos, que difícilmente puedan dar una explicación coherente a sus actitu- des”. Un ejemplo puede ser el periodista Maurizio Gelli –un hombre en el punto más alto de su carrera, director periodístico de la cadena te-
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