QUE HICISTE CON TU VIDA - TOMO I
190 Juan Carlos Bataller enviar los golpes con puntería y hay cosas importantes, eso que acabo de enunciar. —De chico, ¿se metía en peleas? —Me gustaba pelear cuando iba a la escuela. Dice mi hermana que yo peleaba todos los días. Le daba mis útiles escolares, “tenémelos, tené- melos” le decía y me iba a pelear. Y después me peleaba mi mamá. —Y el resultado de esas peleas sería guardapolvo roto, un ojo en tinta. —Sí, el guardapolvo roto siempre. Era el uniforme de batalla. —Un día, a los 14 años, ya empieza a pelear. Me imagino que no es solo técnica de boxeo sino también un estado físico impecable. —Sí. Yo tenía la suerte de que siempre le ayudaba a mi papá en los trabajos de albañilería y me manejaba en mi bici. Los partidos al fút- bol no los dejaba. Pero como dije, prefería el boxeo. Ahí debuté una noche en el salón Mas, en Pocito. No sé si aún estará ese salón allá. Esa fue mi primera pelea amateur. —¿Hace cuanto? —Oh, un montón de años. Hablo del 1962, 1963. —¿Y cómo salió esa pelea? —Empate. —O sea que hubo un pocitano peleando contra un futuro campeón del mundo que le empató. —Era un muchacho del club Landini y somos grandes amigos. —Dígame, Víctor, para ser boxeador ¿hay que tener hambre? —Yo creo que sí. —¿Hay que tener alguna rabia adentro? ¿O no tiene nada que ver? —No, rabia no. Hay que tener hambre, sí. Deseo de dejar eso que lo está oprimiendo a uno, que es la pobreza. Bueno, le cuento más o menos para que se dé una idea. Mis inicios fueron con vendas de sá- banas viejas. Yo como otros tantos, de alpargatas, que a veces era
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